La Ciencia Ficción según Edmundo Paz Soldán*
Yo fui otro de los adolescentes que sucumbió a la trilogía original de La guerra de las galaxias. Han Solo era un modelo para mí. Con los años, me fui olvidando de él y fui atraido por el lado perverso de la fuerza. Es cierto, es admirable lo de George Lucas, esa paciente construcción de una vasta mitología dentro de un esquema simple sacado de las ideas de Joseph Campbell; y sí, puede haber creado mucha basura en los últimos quince años, pero su existencia se justifica por haberse animado a ser ambicioso y, sobre todo, por Darth Vader. Para asustar a los enemigos sólo bastaba respirar con el toque asmático impaciente de Darh Vader.
“En el espacio, nadie puede escuchar sus gritos”, proclamaba la propaganda, y era cierto: en esa película, la ciencia ficción se mostraba capaz de conjurar al mismo tiempo vastos universos y un reducido y claustrofóbico espacio en el que nos jugábamos la vida a cada instante. El miedo era primitivo, salido de las entrañas de un chiquillo en la oscuridad de un cine de provincias. Pocas veces he vuelto a sentir ese miedo.
Cuando escribí Río fugitivo, mi novela sobre la adolescencia en Cochabamba, la única certeza que tenía era que Blade Runner debía entrar de alguna manera, como un motivo recurrente. Musil dijo que debía escribir novelas muy largas para incluir en ella la única frase que en realidad quería escribir. Algo así me pasó con Río fugitivo y Blade Runner. Algunos lectores perspicaces se han dado cuenta de eso; los críticos, por suerte, no.
De Dick aprendí dos preguntas cruciales para el siglo XXI: ¿qué es la realidad? Y, ¿qué significa ser humano? Los robots irán poco a poco haciéndonos cuestionar qué es lo que somos. De hecho, ya lo están haciendo. En las novelas de Dick, las máquinas pueden actuar como seres humanos y los seres humanos a veces son más fríos que una máquina. He leído otras novelas de Dick. Me quedo con una magistral: Ubik. Y he visto todas las adaptaciones cinematográficas de su obra: la mejor, hasta ahora, es Total Recall. Tengo mucha fe en la que se viene de Linklater (Through a Scanner Darkly.)
Dark City, Gattaca, Minority ReportNo han sido grandes películas, pero su imaginería, su estética, merece que se las rescate: Dark City, de Alex Proyas; Gattaca, de Andrew Niccol; y Minority Report, de Spielberg. Cuando se trata de cine de ciencia ficción, a veces no importa tanto la historia que se nos narra como el mundo que se nos describe. Lo ideal, claro, es que una vaya con lo otro: ya Freud lo dijo mejor que cualquiera, la forma de nuestros sueños es su contenido.
Cuando quiero ambientar un relato en un mundo urbano latinoamericano donde se cruzan las pulsiones del futuro con nuestros paisajes premodernos, pienso en esos detalles que hacen que funcionen estas películas: En Minority Report, esas propagandas que nos siguen cuando pasamos junto a ellas nos dicen más del futuro diseñado por Spielberg que su relato con innecesario final azucarado.
El cine no ha sidojusto con el cyberpunk, excepto en la primera parte de The Matrix, esa trilogía de los hermanos Wachowski que fue perdiendo fuerza en los siguientes capítulos hasta desaparecer not with a bang, but with a whimper.
La ciencia ficción que consumo hoy –el anime, la novela gráfica, los videojuegos- me arrastran a esas tardes largas de mi niñez en Cochabamba, cuando la literatura era tan sólo una novela gráfica de Julio Verne comprada en un kiosco. Ahora sí me doy cuenta: para mi formación como persona y como escritor, la ciencia ficción ha sido mucho más importante de lo que pensaba.
“La vida son las cosas que nos ocurren mientras estamos ocupados haciendo otras cosas”, canta John Lennon en Starting Over. Puedo decir algo similar: mientras leía literatura seria –Dostoievski, Flaubert, Mann- me ocurrió, por suerte, la ciencia ficción. Eso era la vida.
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