Monday, April 16, 2007

El complejo de Avaroa

Paz Soldán escribe un articulo sobre la guerra del pacifico y sus consecuencias en la vida politica y social de Bolivia.La historia de la guerra donde perdio Bolivia su salida maritima se mezcla con un personaje llamado Gaby del mar que representa las frustaciones de una raza que no ha asimilado muy bien sus perdidas territoriales y que todavia lucha por conseguir un puerto que le permita explotar sus riquezas dormidas.




*Epopeya según los bolivianos


Por Edmundo Paz Soldán



En 1980, el filósofo Guillermo Francovich publicó su libro más importante, Los mitos profundos de Bolivia. Según Francovich, que creía en el alma colectiva de los pueblos, un país no está regido por razones sino por verdades subjetivas, "expresión de actitudes vitales, de sentimientos y experiencias que se manifiestan como convicciones".

Uno de los más importantes mitos bolivianos es el del destino adverso, definido como "la creencia que el boliviano tiene de que una fuerza hostil, un poder nefasto condena al país a una penosa existencia y que lo hace su víctima inocente, impidiéndole alcanzar la plenitud de su ser". Francovich menciona que si bien son varias las causas que han influido en la creación de este mito, la "primera y más dolorosa" es la de las relaciones traumáticas con sus vecinos: "La guerra del Pacífico, la guerra del Acre y la guerra del Chaco, sobre todo, le dieron el desnudo sentimiento del despojo y del desgarramiento de su heredad territorial".

No soy de los que suelen creer en las teorías románticas del "alma colectiva" del volk, pero en esto del destino adverso le doy la razón a Francovich. Crecí en Bolivia con la sensación de que la derrota nos perseguía por todas partes: nos iba mal en el fútbol, volvíamos sin medallas de las competencias internacionales, nuestra imagen en el exterior dejaba mucho que desear, éramos un país pobre. Cuando hablaba con amigos y familiares al respecto, la conversación siempre terminaba con un culpable: Chile.

Éramos, claro, una serie de lugares comunes: el "mendigo sentado sobre un trono de plata", incapaz de explotar sus riquezas por culpa de los chilenos, que nos habían dejado sin mar. Nunca se nos ocurría preguntarnos si nosotros teníamos algo que ver con nuestras propias limitaciones, con la incapacidad de convertir a Bolivia en un país moderno. No, eran siempre otros, sobre todo los chilenos, los responsables de nuestro sino aciago.

La señora Gaby del Mar

Cuando era niño, todos nuestros cuadernos llevaban un barco en la portada, y en la contratapa tablas aritméticas y una frase que se nos grababa para siempre: "El mar nos pertenece por derecho, recuperarlo es un deber".

Nuestros padres y abuelos hablaban del mar que los chilenos nos habían "robado", lo que provocaba serios problemas a una amiga muy literal, que trataba de imaginarse cómo era posible robarse un mar. El 23 de marzo recordábamos el Día del Mar con un desfile escolar que terminaba en una ceremonia en las cercanías del puente del Topáter, en torno a la redondela en la que se encontraba la estatua de Eduardo Avaroa. Allí, importantes personalidades de Cochabamba -el alcalde, el prefecto- dejaban ofrendas florales a los pies de Avaroa, nuestro héroe más preclaro en la defensa del Litoral. Ya inquietos, debíamos esperar a que terminara la ceremonia con el acto culminante: la arenga que nos daba una señora conocida por todos como Gaby del Mar.

La señora Gaby no tenía ningún puesto importante en el gobierno de la ciudad, pero sí un ilustre apellido local; eso, creo, le permitía subir al estrado cada 23 de marzo, y emitir, de manera vociferante, estruendosa, una serie de conminaciones a defender la patria con nuestra sangre, y una letanía de insultos a los chilenos. Llevados por Gaby del Mar, aplaudíamos; han pasado más de treinta años, y es muy probable que ella ya no exista, pero para mí ella está tan unida a ese día, a esa conmemoración, que no me extrañaría enterarme de que su fantasma, o una actriz que hacía de Gaby del Mar, o acaso su hija, estuvieron presentes arengando a los escolares cochabambinos en este último 23 de marzo.

El complot: Chile, Alemania e Inglaterra

Para Gaby, para mis profesores, para los libros de historia y cívica en el colegio, la cosa era tan simplista y maniquea que no valía la pena explicarla: los bolivianos éramos los buenos, los chilenos eran los malos, y los peruanos no existían (en Bolivia, la guerra del Pacífico se recuerda como algo que ocurrió entre Bolivia y Chile).

Era cierto que el disparador de la guerra fue el famoso impuesto de diez centavos ordenado por el presidente Daza a las compañías que operaban en Antofagasta, pero el origen se hallaba más atrás, en todos esos mapas chilenos que habían convertido la frontera con Bolivia en una suerte de territorio móvil, en el que, ¡oh sorpresa!, las nuevas líneas permitían que Chile siempre ganara territorio (rarezas de la historia, nos decíamos: los diplomáticos chilenos nunca dibujaban mapas en los que su país perdiera un solo grano de arena de su territorio).

Sí, los chilenos eran expansionistas, un imperio militar, decíamos, seguro por la influencia alemana en su sangre, y también por la codicia de los capitales británicos asentados en Chile. Así, todo se redondeaba en una conjura global: Chile, unido a Alemania e Inglaterra, era el Goliat que, esta vez, se las arreglaba para derrotar al pobre de David.

¡Que se rinda su abuela, carajo!

Gaby del Mar siempre finalizaba su alocución pronunciando las frases célebres de Avaroa antes de morir, después de que los chilenos le intimaran rendición: "¿Rendirme yo? ¡Que se rinda su abuela, carajo!".

Éramos niños y gozábamos con esas frases, nos las sabíamos de memoria y las decíamos junto a Gaby, en especial la última palabra; ésa la gritábamos con ganas, orgullosos. Nunca se nos ocurrió preguntarnos cómo era que esas frases llegaron a nosotros. Si Avaroa era el último defensor del puente del Topáter, entonces ningún boliviano las había podido escuchar. Si era una leyenda, las inventaron los propios bolivianos, deseosos de forjarse un héroe, una tradición. Pero no queríamos que fuera una leyenda, sino historia. Si era historia, entonces los soldados chilenos la escucharon y habían hecho que llegara hasta nosotros. Fueron, después de todo, testimonios chilenos los que permitieron que pervivieran las frases finales de Bolognesi, uno de los héroes peruanos de la guerra.

Aceptar eso implicaba admitir que esos enemigos detestables tenían valores esenciales, dignos de destacar, como el respeto al coraje del rival.

Ahora, si bien el pueblo boliviano era bueno, sus gobernantes eran los que tenían parte de culpa en la debacle. En el imaginario nuestro, se cuenta que cuando el presidente Daza recibió el telegrama que anunciaba que Chile invadía Antofagasta, éste se hallaba en una gran fiesta de celebración de los carnavales. Daza habría decidido continuar con las fiestas, y preocuparse de la defensa del Litoral al término de ellas; así, se habrían perdido días valiosos. Lo que no se dice es que, aun si Daza se apuraba, la relación asimétrica de fuerzas en favor de Chile hacía imposible que Bolivia saliera bien parada de la guerra.

Con todo, lo importante de la leyenda es que capta dos cosas: la desidia de nuestros gobernantes, y el hecho de que, para los bolivianos, el Litoral era una provincia lejana y abandonada. No había habido planes para desarrollarla, eran capitales chilenos e ingleses los que se encargaban de ello. Los peruanos recuerdan la guerra como una historia familiar porque Chile invadió la ciudad de Lima; todas las familias tienen antepasados que se vieron las caras con los enemigos. En Bolivia, en cambio, esas historias familiares son escasas; fueron pocas las tropas que defendieron el Litoral, y no hubo invasión chilena a una gran ciudad como La Paz.

Una Miss Litoral

Hoy todos los bolivianos nos acordamos del Litoral. Hay en La Paz un equipo de fútbol que se llama Litoral, y cada año se elige, simbólicamente, una Miss Litoral para que concurse en el Miss Bolivia. Hemos aceptado que los territorios perdidos en otras guerras no volverán a nosotros, pero nos negamos a renunciar al mar perdido con Chile. Cualquier político que busque una salida creativa al diferendo y se anime a exigirle a Chile algo que no sea el retorno a los límites fronterizos que existían antes de 1879, puede despedirse inmediatamente de su legitimidad pública.

Las heridas no terminan de sanar. La "guerra del gas" de 2003 se debió en buena parte a que el gobierno de Sánchez de Lozada se hallaba en negociaciones con Chile para que el gas boliviano saliera por puerto chileno; los líderes de la oposición, entre los que se encontraba un recalcitrante Evo Morales, manejaron demagógicamente el fantasma de un vecino que se aprovecharía otra vez de nuestras riquezas. A la hora de elegir entre creer en las oportunidades de desarrollo económico que ofrecía Chile, o no beneficiarse del negocio (y a la vez impedir que Chile se beneficiara), los bolivianos elegimos la segunda opción sin pensarlo mucho. Así, el gobierno de Sánchez de Lozada tenía los días contados.

En vez de asumir nuestros propios errores y pensar en el futuro, seguimos diciendo: "ah, la historia hubiera sido diferente con una salida al mar". Seríamos un país rico, desarrollado, de progreso imparable. La culpa de todo la tienen los chilenos. Es la Gaby del Mar que todos los bolivianos llevamos dentro

*Publicado originalmente en la revista chilena llamada QuéPasa

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