"Lo que me interesa como posible tema es la subcultura de los videojuegos"
Cuando saltar tiene premio. Letras mayores
El Premio Nacional de Novela cuenta los pormenores del proceso de creación de El delirio de Turing. Confiesa que esta obra fue un desafío personal y literario, y que además estuvo a punto de dejarla inconclusa. El escritor cochabambino ya prepara otra con una temática parecida a la galardonada
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Roberto Dotti
Como se dijo, Edmundo Paz Soldán, obtuvo el Premio Nacional de Novela con la obra El delirio de Turing. El escritor cochabambino que radica hace 14 años en Estados Unidos no puede desprenderse de Bolivia fácilmente. No es alguien que se fue y nunca más volvió. Es de esas personas que “nunca se fueron”. Viaja al menos una vez al año a su país y mantiene fuertes lazos sanguíneos y literarios con hermanos, amigos y gente que no le echa de menos, porque siempre está. Aunque formó una familia y tiene un hijo documentado en el gran país del norte, sigue vibrando con el fútbol boliviano, las letras nacionales y, por si fuera poco, la realidad de su Bolivia.
Por eso construyó durante tres años esta nueva y premiada novela que saldrá al mercado librero dentro de dos meses con aires, letras, ideas y toda la ruta del paisaje cochabambino y nacional.
La obra está compuesta por varias historias simultáneas, con siete personajes principales que se van entrecruzando en historias de ficción con una fuerte dosis de "realidad".
Así como James Joyce se tomó un día para relatar todo lo que sucedía en Ulises, el autor de Río Fugitivo lo hace en tres jornadas; claro que aprovecha y lanza una historia retrospectiva que abarca los últimos 30 años de parte de la historia boliviana.
Entre las historias principales que está dispuesto a revelar está aquella basada en la guerra del agua, ocurrida en el año 2000 en Cochabamba, pero esta vez con una empresa de energía eléctrica. Así, entre manifestaciones callejeras que demandan sus derechos como consumidores leales, hay nudos y códigos que entrelazan una historia en varias. Esta guerra del subdesarrollo en la ciudad de Río Fugitivo se convierte casi en un síntoma del rechazo a la globalización y a la crisis neoliberal. Para él, ése es el paisaje principal de la novela, que se condimenta con otras relacionadas con los servicios de inteligencia y su modus operandi.
Pero ¿quién es Turing? Es el apodo de uno de los personajes principales, obviamente. Trabaja para el Estado, en el Servicio Nacional de Inteligencia, interceptando mensajes de la oposición, entre otras cosas.
A pesar de los años de dictadura y las recientes democracias, este personaje siguió trabajando para el Estado y nunca sintió culpa porque siempre sostuvo que todo lo había hecho "cumpliendo órdenes".
Pero la historia comienza a hacerse más compleja, no sólo porque Turing vive una crisis personal que lo lleva a confrontar su responsabilidad histórica, sino porque debe luchar ahora también con los piratas informáticos que lo acechan. Las nuevas protestas contra la globalización articulan alianzas de manifestaciones de viejo cuño (pancartas, movilizaciones, cánticos y protestas) con las nuevas, las electrónicas a través de internet, los virus y los mecanismos digitales de las recientes viejas décadas. Así, parte de la trama muestra que el servicio de inteligencia se está rearticulando, buscando subversivos y rastreando hackers. Los dos escenarios que ilustran el campo de batalla son el paño para describir la historia contemporánea de un país globalizado.
- ¿Te costó mucho hacer ese montaje de siete historias simultáneas?
- Sí. En realidad es la novela que más tiempo me llevó. Fueron tres años de trabajo y varias veces estuve a punto de renunciar a ella. Por un lado me costó articular las siete historias, que si bien eran independientes, necesitaba que tuvieran relación entre sí. Por otro lado me costó mucho la parte tecnológica del libro. Yo sabía de hackers, pero otra cosa es hacer creíble todo ese mundo y sus códigos, fue un trabajo de investigación aparte.
Otra de las cosas que tiene la novela es el asunto del criptoanálisis, la lucha entre los que codifican, los que encriptan mensajes en papel o computadora y los que lo descodifican. En este sentido la novela se puede leer como una historia a través de los siglos. Ésa es la parte que más me ha costado y más me ha divertido a la vez, porque siempre me gustó el juego con los códigos. Yo no soy un experto en computación, ésa fue una de las cosas que me hicieron pensar en dejar la novela.
- Fue una investigación aparte...
- Sí, leía y no sabía cómo convertirlo en una narración. Tenía mucha información pero no veía al personaje. Hay varios personajes que tienen que ver con la informática y son campos que no manejo profundamente porque no estoy en contacto con ese mundo. Fue como crear algo de cero. La idea es que la literatura tiene otras reglas y quizás pueda comentar sobre la historia pero se necesita darla de manera fidedigna. Me interesaba describir un servicio de inteligencia convincente y no necesariamente tal cual tenemos en Bolivia u otros países vecinos. Ese fue un desafío porque en muchos casos Río Fugitivo fue una especie de alter ego de Cochabamba y lo que quiero es que cada vez más el Río Fugitivo literario se independice.
- Este trabajo que según el jurado es de relojería narrativa, ¿hace que seas más novelista que cuentista?
- Quizás. Siempre tuve una relación encontrada con la novela y muy innata con el cuento. Después del cuento ganador del Juan Rulfo (Dochera) y de Amores imperfectos lo más fácil en ese momento era optar por seguir escribiendo cuentos. Primero porque lo hacía bien y además me convenía hacerle caso a la crítica que decía que soy más cuentista que novelista o "me gustan más tus cuentos que tus novelas", pero yo pensaba que el desafío era seguir trabajando en la novela porque tenía que seguir ampliando registros y si la novela no me salía de manera natural... ahí estaba el desafío. Con cierta pena fui dejando el cuento para meterme a explorar el de la novela. Un escritor siempre tiene que estar probándose, arriesgándose, porque si te quedas en lo que sabes, no expandes tus registros y tu mundo no crece.
- ¿El delirio de Turing es un peldaño más en tu carrera o es una obra visagra?
- Es un libro consolidación de mi mundo novelístico, de Río Fugitivo. Tengo un par de ideas para futuras novelas que todavía no he comenzado y ambas son como novelas más breves. El delirio de Turing es una novela ambiciosa y extensa (400 páginas). Al escribirla sentía que estaba avanzando paso a paso y que debía arriesgarme, a dar un salto narrativo. Eso significa El delirio de Turing. Buscaba no ser tan cauteloso en mi proyecto literario en el género novelístico.
- ¿Para qué sirve en lo personal el Premio Nacional de Novela?
- Te voy a ser sincero. Cuando la tenía lista pensé mandarla a algún premio internacional, pero para mí es muy importante Bolivia. Tengo una carrera literaria en otros países, pero para mí es importante mantener mi base en Bolivia, que es mi mundo, mi infancia, mi país, de ahí he salido y no me olvido de eso. Para mí es muy simbólico ser reconocido por un jurado boliviano y recibir un premio que en este momento es el más importante de novela en Bolivia. Quizás ése sea mi lado provinciano, porque algunos piensan que soy "hecho el cosmopolita" pero en el fondo y en la distancia uno vive el país con más nostalgia. Siempre me siento como un representante de la literatura boliviana y trato de difundir y promocionar nuestra literatura en el mundo.
- ¿De qué manera crees que la guerra en Irak influirá en tu literatura?
- La literatura trabaja más en cámara lenta. Quizás lo que hoy aparece en mi novela es un tema que ahora no está en cartelera por la cuestión de la guerra, pero sigue y es la lucha contra la globalización, las protestas, la crisis del neoliberalismo en Latinoamérica. Todo eso aparece en esta novela y creo que lo que está ocurriendo hoy va a aparecer en el género novela porque me interesa explorar mucho en lo contemporáneo. Lo que me interesa es articular lo que está ocurriendo con América Latina y Bolivia. Cómo todo esto puede cambiarnos como continente y quizás El delirio de Turing tiene eso, (en cuanto a la globalización) porque la guerra del agua me permitía discutir un tema a nivel mundial pero con una resonancia local. Lo que necesito encontrar y todavía no lo veo es esa historia, ese relato, esa trama, esa metáfora que vincule lo que está ocurriendo hoy en el mundo en este nuevo desorden mundial con lo que ocurre en Bolivia o en América Latina.
- ¿Cuáles son tus nuevos pasos literarios?
- Voy a comenzar muy pronto con una nueva novela. Voy a seguir explorando los temas de la informática y lo que está un poco detrás de sueños digitales o también la Materia del deseo o El delirio de Turing. Lo que me interesa como posible tema es la subcultura de los videojuegos, que es cada vez más influyente y está más presente en la vida de los adolescentes. En Estados Unidos esto se ha convertido en un fenómeno impresionante porque pueden jugar a la "Guerra de las galaxias" pero son 80.000 personas a la vez. Estuve leyendo mucho sobre la historia de los videojuegos. El germen está en un cuento mío que hace dos o tres años fue finalista en el concurso literario Franz Tamayo. Si lo lees te das cuenta de por dónde está la novela, que es la historia de una mujer que está buscando a su hermano que desapareció hace 15 años y es lo único que se acuerda de su hermano y él era un adolescente que se la pasaba en los videojuegos. Lo busca por todos lo sitios de este tipo (café internet, etc) en un momento en que hay un videojuego que ha sido prohibido por el Estado porque es un juego que una computadora escoge al azar (por medio de una guía telefónica) el nombre de un individuo y las personas que están en el videojuego quieren llevar ese juego de la computadora a la realidad. Parte del juego es tratar de ver si alguno de los participantes (de este juego prohibido) pueden eliminar esta persona en la vida real. Hay una conexión del juego electrónico con ciertas muertes que están ocurriendo en ese momento en la ciudad.
- Con esta temática ¿no sería como reinventarte a ti mismo?
- Una de las reglas del concurso es que no debía tener más de 20 páginas. Cuando lo escribí me di cuenta que el cuento daba para unas 35 páginas, entonces tuve que terminarlo un poco abruptamente como cuento. Pero quedé con esas sensación de que me hubiera gustado explorar más, no lo hice esa vez y nunca volví a reescribir el cuento. Han pasado tres años y en ese tiempo han surgido personajes y la cosa se fue haciendo más compleja. Ahora lo veo como una novela; no con siete personajes principales (risas) pero al menos con tres o cuatro.
(Entrevista publicada en el periodico boliviano llamado El Deber,Sábado 29, Marzo de 2003 )
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