Rio Fugitivo: La Perversa Inflación
Por Alex Salinas Arandia
Inicialmente entendida como una Bildungroman de un escritor en el tercer mundo, la novela Rio fugitivo de Edmundo Paz Soldán, a partir dela puesta en funcionamiento de una aparente trama de detectives, la novela puede ser leída en distintos niveles, en diálogo con otros universos de significado, niveles que van desde lo pop-mediático, pasando por lo literario, adentrándose en lo académico, para finalmente ser también un alegoría de lo político y lo social latinoamericano. En este ensayo no abriré tantas puertas, sino que me concentraré en algunos rasgos que considero encierran la totalidad de la propuesta.
La novela, a pesar del trasfondo realista con la que se la ha leído, la hiperinflación de los años ochenta, Rio Fugitivo no deja de ser una ambiciosa propuesta de estéticas que proyecta también una intención política. Tal como menciona Jameson, lo privado (inclusive lo autobiográfico) tiene también el deseo de declarar totalidad de lo público (65), aunque esto signifique adoptar a “lo perverso” como la marca de los tiempos, para nombrar al sujeto y a la sociedad latinoamericana que se va imponiendo.
Rio Fugitivo, en un principio, no podría entenderse en su conjunto sino es en oposición a dos momentos anteriores con los cuales discute, uno literario, que es el dominio del realismo mágico como estética de la literatura latinoamericana; y otro momento político, también relacionado al arte: el de las luchas revolucionarias latinoamericanas, todavía como horizonte de liberación de la región, la posibilidad de una utopía de progreso e igualdad de la sociedad. A contrapelo de estos dos momentos, Paz Soldán escribe novela, consciente de que ambos momentos, el literario y político han dado lugar a otro momento, por tanto a otras estéticas y a otras posturas políticas
Así, dentro de esa primera lectura, su novela intentará ser una suerte de parricidio literario y buscará alejarse de cualquier vislumbre de lo exótico, de lo campesino o de lo rural. Por lo contrario, sus páginas se llenaran de lo citadino, lo nimio, lo baladí: un adolescente aficionado a las novelas de detectives que reflexiona sobre la posibilidad de convertirse en escritor y que además comenta los hechos y los personajes del último curso de secundaria: pequeños noviazgos, rupturas, borracheras, mamás alcohólicas y hermanos drogadictos, como si esto fuera lo más normal del mundo.
Por otro lado el lenguaje de la novela, a pesar de los apuntes e intentos del narrador, el adolescente Roby, por ser original, dará más bien paso a una acumulación incansable de frases comunes y vacuas, como una manera de caracterizar el ambiente de mediocridad en donde crece este personaje, consciente de sus limitaciones, pero incapaz de salir de ellas:
Que pretendía Camaleón? ¿Hacer un compendio de todas las frases hechas de la juventud? Solo faltaba que dijera Caminante no hay camino, se hace camino al andar, con el perdón del poeta español al que se le ocurrió la frase, original en su momento, pero ya trillada de tanto uso y abuso por parte delas promociones a lo largo de los años ( 202).
A este lenguaje pastiche y cotidiano en boca de todos, se suma las referencias constantes a escritores del boom Latinoamericano y en especial a García Márquez:
No soporta a García Márquez; dice que en el balance final, el realismo mágico va ser más negativo que positivo para nosotros, va a seguir vendiendo y fomentando en el extranjero una Imagen exótica de Latinoamérica: la tierra donde los hombres comen hormigas y nacen con cola de cerdo (54).)
La elección de un detective como protagonista de su novela, por más que éste sea un principiante, le posibilita apartar a su narración de cualquier amenaza de lo premoderno, situar las acciones de su novela en la ciudad, como la entidad que produce a la historia detectivesca, como un nuevo género en el siglo XIX. Asimismo al detective como el sujeto capaz de dilucidarla, aislar la amenaza de la masa. En el caso de Roby, este más bien parece ser una parodia baudelierana como flanneur de la modernidad, como creador enfrentado a la decadencia, aunque el ser detective le permitirá recrear otra ciudad incontaminada, imaginada torre de marfil escritural que no existe, pues la realidad, ,se inmiscuye violentamente en la vida del aprendiz del narrador. Es el inicio del Rio Fugitivo como universo narrativo del autor, una proyección de su ciudad natal, que se le parece aunque no es igual, sino su espejo y su deformación.
Contrariamente a los universos casi vírgenes puestos en circulación por el realismo mágico, cuando las cosas eran tan nuevas que había que darles nombre, lo que Paz Soldán decide construir es una distopia mercantil y capitalista de fines de siglo XX y nada le viene más propició que Bolivia del año 84, descontrolada económicamente, superpoblada de nuevos signos mediáticos, comerciales, económicas, que en vez de reportarlos Paz Soldán se encargará más bien de magnificar.
Así el libro se convierte también en un catálogo de estéticas pop, estantes del supermercado mundial de la cultura de masas al cual echar mano sin realmente inclinarse en desarrollar alguna: la música, el título de las canciones, artistas del pop y del rock, tramas de telenovelas mexicanas, las películas de moda, los “clásicos” de la pornografía, el film noir, etc. Es decir, los excesos de un centro que no es muy diferente a las periferias en sus consumos. Paz Soldán mezcla entonces, de acuerdo a la categorización dada por Umberto Eco, lo masscult, con lo midcult es decir, aquellos objetos propios de los medios masivos de comunicación que homogenizan y democratizan el (mal) gusto y en el caso del lo midcult aquellos objetos que en un momento pertenecieron a la alta cultura, pero que por presiones del mercado, se hace extensible a un segmento privilegiado de la población que consume las reproducciones de un arte una ya ganada aura, como una manera de hacer extensivo su (ilusorio) prestigio a su clase.
De estos objetos esta también poblada la novela, es el kistch como estética, que puede definirse, de acuerdo a Eco, como un “logro pequeñoburgués, de reafirmación cultural de un público que cree gozar de una representación original del mundo, cuando lo que en realidad goza es sólo una imitación secundaria (tal cual la polis sureña) de la fuerza primaria de esas imágenes de las palabras.
En Rio fugitivo encontramos entonces a cada paso reproducciones de Monet, de Manet, de Picasso, Hopper, Klimt y poesía efectista grafiteada en las paredes de Cochabamba, fragmentos de poemas de Ruben Dario, Antonio Machado o Jorge Guillén:
¡Eres! Y tan desnuda, tan continua, tan simple que el mundo vuelve a ser fábula irresistible (109).
Ni es la toraz benigna, ni es el cuervo protervo; son formas del Enigma la paloma y el cuervo. El
Enigma es el soplo que hace saltar la lira (226).
El kitsch como estética poética, abandona su función de revelación o conocimiento, y repite palabras ya cargadas de efecto, de una histórica lírica cargada de prestigio. Maldad que supone una general falsificación de la vida, indica Umberto Eco en Apocalípticos e integrados (99), pues es destinada a un público perezoso que desea participar de los valores de lo bello, pero sin verso realmente exigidos en un esfuerzo mental por acceder a lo bello a una definición de los sublime en el arte. La identificación de Roby con estas palabras, asimismo lo revelaran como una parodia del detective/artista que quisiera ser.
A pesar de la profusión de las señales mercantiles, los pedazos nunca alcanzan a conformar una totalidad, a verse el todo, sino que más bien las imágenes que el libro propone dan paso a la discontinuidad, a la ruptura, como característica de los tiempos que vive Roby, el aprendiz de escritor, a la crisis de la confianza del individuo en el mañana, en poder aprehender todo lo que ve o todo lo que se le ofrece como consumidor. Es pues la postmodernidad. Así, Roby al describir a su hermano Alfredo dirá:
Sus ojos todavía rojos miran los fragmentos de ciudad que se dibujan en su ventana entreabierta: librecambistas comprando y vendiendo dólares, vendedores informales ofreciendo en las aceras desde limones hasta computador, mendigos frecuentando basurales, largas colas en almacenes desprovistos de artículos de primera necesidad. La hiperinflación ya está con nosotros.
A este ambiente apocalíptico, de proliferación descontrolada se le añade desaparición del estado como organizador, sino, otra vez, en su nivel más retórico, uno que ya no atrae ni convence, pues la economía se le ha ido de las manos; la crisis de la universidad, como productor de conocimiento (“la universidad huele a mierda de caballo”, dirá Julia, la hermana de Roby ) y un universo donde el consumo de droga ha permeado todos los niveles.
Además de lo anteriormente mencionado, en oposición a un momento literario que también es político, hay una manera más de leer esta novela, en especial en su segunda parte cuando desarrolla sus referencias más obvias (y que por obvia también podría pasar inadvertida) al mundo de la novela detectivesca en la que el narrador Roby se apoya como un omnívoro lector. Sin embargo no en las obras que Roby consume: Artur Conan Doyle o Agatha Cristhie.
Cuando el hermano de Roby muere por una sobredosis, detrás de la supuesta búsqueda del criminal, la historia nos revela, nuevamente, otra lectura de La carta Robada de Edgar Allan Poe. En esto hay un movimiento que supone la inserción del escritor en todo otra tradición literaria, menos local, más cosmopolita.
Roby, el narrador, no es e lector o el Aguste Dupin que cree ser, aunque en la novela parece ser desafiado por otro prestidigitador más hábil que él, su primo Mauricio, quien en un principio se sugiere es indirectamente el autor intelectual de la muerte de Alfredo, al suministrarle las drogas para una sobredosis. Sin embargo el crimen se resuelve en lo obvio, no en el desenmascaramiento del criminal por parte de un agudo investigador como podría serlo Roby, si como él desea accediera a su modelo Dupin. El crimen se encuentra en el mismo sistema de reflejos, engaños y autoengaños dentro de una relación especular y triangular en el que los tres hermanos de la familia están inmersos: Roby, Alfredo y Julia, la hermana de ambos.
Lo obvio es la ausencia de crimen y de criminal, pues no hay un asesinato, sino un suicidio cuyo culpable no es otro que el propio investigador Roby, que propicia la muerte de su hermano al no (querer) observar o prevenir lo evidente que es el incestuoso enamoramiento que se da entre ellos.
Roby, que cree ser un Dupin, la tercera clase de lector, según Lacan al referirse a la obra de Poe, aquel que puede ver sobre lo que los otros intentan esconder. Al final de la novela se da cuenta que en realidad pertenece al a categoría de los primeros lectores, aquel que no es capaz de ver lo evidente, que las razones de la muerte de su hermano se encuentra en una relación especular entre él, su hermana y el muerto, triada subjetiva, indica Lacan, un juego de insinuaciones y deseos no revelados. El diario de la hermana Silvia, en este caso se convertirá en la carta, aquel objeto que contiene la verdad, pero que permanece escondida, porque que es mejor no leerla, porque su contenido puede resultar muy incómodo o muy explicito para soportar, porque a su vez, revelaría el propio involucramiento del narrador, su rendición al deseo que al mismo tiempo reprime y esconde.
Ese diario, bajo llave en el velador de Silvia, por otro lado nos recuerda, en otra vuelta de tuerca, en “El Aleph “Borgeano, aquel que también permite ver el lado más escondido de las personas, todos los lugares desde un solo lugar. Pero a diferencia de Borges en las escaleras del sótano de la casa en la calle Garay, que puede acceder a las cartas obscenas que Beatriz le escribe a su primo hermano, Roby será incapaz de acceder a el diario de su hermana, a “entablar un diálogo con todas las imágenes de su Beatriz Viterbo( 190).
Roby busca el crimen perfecto, aunque este no existe. El crimen perfecto no consiste en hallar al criminal, sino en encontrar la manera de narrarse, de una manera que aislar la angustia que le permita al personaje reproducirse en un universo contradictorio, simbólicamente violento, pero aun así, todavía en un lugar de privilegio.
Así, el libro enseña que el narrador, Roby, no es tan diferente a los personajes que desprecia, critica o se burla: su abuelo, con su guerra y sus diez paraguayos muertos por su mano; su padre y su militancia guerrillera, para luego convertirse en un sujeto conspirador fascista en contra la democracia
Roby también, a su manera, ha encontrado su ficción, su pequeño crimen perfecto por el que no pagará ni nadie le pedirá cuentas. No es diferente entonces como en un principio argumentaba, es más bien un replica de otros, en su conducta, es su posterior acomodo y displicencia: Más paradójico que eso todavía, pues nuestro narrador se da cuenta que de alguna manera es la réplica de aquel que supuestamente debería ser su copia, su hermano menor Alfredo, enamorado también de la hermana Silvia.
Así, la ficción de Roby, la investigación del crimen y la muerte del supuesto asesino, lo que en realidad le posibilita una cínica reproducción de la sociedad, con los necesarios puntos ciegos para seguir existiendo, puesto que si estos no existen, la perversión, en todos los niveles se haría demasiado evidente para soportarse. Narrarse para Roby significa cancelar el apocalipsis, porque hay cosas que simplemente no deberían narrarse, o nombrarse. Es el regreso de lo reprimido, aquello que Jamás se menciona como lo “uncanny” o lo siniestro,como emblema del nuevo tiempo posmoderno y su estética, recuperando un término freudiano para mencionar a ese secreto de familia, que aparece cuando lo que es familiar se convierte en extraño y desconocido. “Lo siniestro”, lo ”uncanny” ocurre cuando el sujeto llega al un punto de no comprender lo que le rodea en oposición a la absorción de “lo bello” o “lo sublime” que ha desaparecido en el arte, puesto que lo que ahora predomina la falsificación y la falta de originalidad, en oposición también a “lo maravilloso” que ha sido cancelado y aislado en la incomunicación con la otredad, con lo diferente, que sin embargo se mantiene como amenazante, como aquello que vuelve cíclicamente a pesar de superadas las crisis de la modernidad periférica.
Es la imagen de los indígenas como decoración más que sujetos, de ese mendigo alcohólico, con la mitad del rostro quemado, con él que Roby nunca puede comunicarse, la víctima de las travesuras piromaniáticas de su hermano Alfredo. Si en libro el anciano calla, este se constituye en la advertencia de lo porvenir, aquel que en algún momento hablará para desarrollar otras historias y tal vez otras estéticas. Es un lenguaje al que el lector Paz Soldán nos acerca, un abismo para nosotros lectores, pero al que finalmente nos impide entrar:
Pero el viejo no pronunció una sola palabra coherente. Insistí por alrededor de quince minutos, y me di por vencido. Cuando me iba, dejando detrás de mí una silueta que pronunciaba frases ininteligibles, me di cuenta de que el olor ya no me molestaba.
Lo siniestro también hace referencia al tema del doble, como una de las expresiones estéticas de lo siniestro. En la literatura, indica Esteban Barboza Núñez, lo siniestro, es a “ clear representation of the disturbing and annihilating nature of evil.” Lo que para Barboza Nuñez sería insoportable en el momento de su aparición, en el caso de Roby, es más bien una apropiación que sustituye al hipercrítico y lucido artista/detective adolescente que solía ser:
No había escrito durante mis cinco años de estudio […], en realidad quizás por miedo a mirar al hombre al otro lado de espejo. […]Ahora ya no tenía miedo y estaba listo para sumergirme en el fango doloroso y sagrado de mi adolescencia, y extraer de allí un relato.
Al final, el libro entonces propone el incesto como ambigua e inquietante posibilidad, más que un borrón y cuenta nueva, como incómoda convivencia con lo prohibido, como lo es también, la cínica cohabitación con las contradicciones y la desigualdad latinoamericana, que simbólicamente se reproduce una vez más en los tres hijos, como los tres hermanos de la familia, que la hermana de Roby da a luz en años posteriores:
Salí al jardín y me dirigí hacia Silvia. La tomé por sorpresa y la abracé. Me perdí un buen rato entre sus brazos, sin decir palabra alguna, escuchando los latidos de su corazón y el mío. Ella pareció entender y tampoco dijo nada (452).
Lo que al final deja el libro es e lo que se conoce como el fin de la historia, la oscura sensación de que después de todo, después de casi 500 paginas de una acumulación vertiginosa de señas, objetos, y reflexiones, nada puede cambiar, sino lo que cambia es la moda, la imagen mediática la forma en que una clase privilegiada se narra a sí misma para aislar la culpa, en un universo, que a pesar de superar una de sus peores crisis a principios de los ochenta, no termina de ser natural. Aun así, la construcción de una distopia se constituye de por sí un pequeña denuncia de un posible futuro, de por sí en una minúscula rebelión, sino para el autor, entonces para los lectores.
En lo literario, queda otra declaración, nada nueva. Primero, que tal vez la literatura sea el único lugar de la utopía, como finalmente lo fue para la generación del boom. Asimismo, una vez más, nos presenta la idea de las letras como un sistema interconectado, un universo de lectores que se leen y releen nuevamente. Una aislada teoría o identidad de la literatura latinoamericana es prácticamente imposible entonces, tanto como una así una aislada concepción de sus sociedades, al menos urbanas, sino conectadas todo cultural mundial. Entonces la originalidad no es lo más deseable, sino las formas de lectura y cómo el autor las mezcla y se conecta a ellas.
Tal vez demasiadas páginas, demasiadas palabras para terminar diciéndonos esto.
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