Paz Soldán y su mundo :nueve meses en EE.UU. y tres meses en su natal Cochabamba
"Los mundos extremos de Paz Soldán "
Este escritor se desdobla sin complejos. Pasa nueve meses en EE.UU. y tres en su natal Cochabamba, moviéndose entre la nostalgia y el desarraigo. Ama y odia a sus pares de la clase acomodada de Bolivia. Escribe con pluma descarnada sobre el rostro urbano y tecnologizado de su país. Cuando quiere, Edmundo Paz Soldán (38) pega duro. Su sexta novela, "El delirio de Turing" -que presentará el sábado próximo en la Feria del Libro-, no es la excepción.
Por: Patricio de la Paz
Que amor a primera vista. Un flechazo fulminante. Y eso que tenía apenas 12 años. Ocurrió en la biblioteca de su padre: aunque Edmundo Paz Soldán ya era un lector empedernido -que devoraba periódicos, las Selecciones del Rider Digest y las aventuras de Salgari-, el encuentro con novelas policiales en las estanterías de su progenitor fue un golpe al mentón. O al corazón, mejor dicho. "Quedé fascinado. Sobre todo con Agatha Christie. Supe que ella tenía como 80 novelas; quería leerlas todas.
Casi lo logro: entre mis 13 y 16 años, leí como 78 de ellas", recuerda el escritor boliviano, quien confiesa sin pudores que jamás en su vida ha vuelto a leer con la intensidad de aquellos años juveniles.
Tanto fue el encanto, que pronto decidió escribir sus propios cuentos. Plagiando a la autora inglesa, por supuesto: "bolivianizaba sus textos; hasta creé a mi propio detective, Mario Martínez". Edmundo gastaba buena parte de su tiempo adolescente en estos afanes, que relevaron en su ranking de intereses a la tarea que había comenzado años antes: armar periódicos, primero para su barrio y luego para su exclusivo colegio en Cochabamba. Nadie, ni siquiera él, podía imaginar entonces que esta afición por la novela negra tendría cuerda para tanto rato. Pero así fue.
Su gusto por resolver acertijos y atar cabos -una pasión que desde niño cultivaba también con la solución de crucigramas- se transformaría años más tarde en una de las inspiraciones para su trabajo literario. En materia prima para sus novelas. Sobre todo de la última, "El delirio de Turing", que el autor presentará el próximo sábado en la Feria del Libro de Santiago y cuya trama mezcla el mundo de los descifradores de códigos con una ciudad colapsada por protestas sociales. Claro que para llegar a esta parte de la historia, debió pasar mucha agua bajo el puente. Puente construido no sólo por los libros escritos por Paz Soldán, sino también por su propia vida. Esa donde se mezcla la clase acomodada de Bolivia, la ciencia política, el fútbol, la escritura y un desarraigo por partida doble.
Disparos a la tribu
Ser un lector compulsivo, redactor de periódicos de barrio y plagiador de Agatha Christie no agotaba todas las energías del joven Paz Soldán. Había una faceta más secreta, que salía a flote con sus compañeros del colegio Don Bosco, donde iban los jóvenes de la clase acomodada de Cochabamba. "Tomábamos mucho. Había una chichería a cinco cuadras del colegio y ahí se reunían los estudiantes antes de clases", recuerda. "Era curioso: yo era muy buen alumno, pero me llevaba bien con los vagos. Mis amigos eran los más desordenados. Cuando teníamos 14 años, todos fueron expulsados porque nos acusaron de estar viendo películas pornográficas en la casa de uno de ellos, lo cual era cierto. Se decidió expulsar a todo el grupo menos a mí, porque tenía buenas notas".
Más de quince años después, y ya siendo un escritor galardonado con el Premio Juan Rulfo por su cuento "Dochera", Paz Soldán debió volver al colegio. A dar explicaciones. Era 1999, y un año antes había publicado su tercera novela, "Río Fugitivo", basada en su último año escolar. Los 70 profesores y sacerdotes reunidos estaban indignados, sentían el libro como una falta de respeto al mostrar la vida disipada de sus alumnos. "Y eso que me quedé corto", les dijo el escritor, a modo de defensa. Claro que también recibió dardos de los dueños de la clínica San Francisco, quienes lo obligaron a retractarse de los juicios que había contra ellos en el libro. Paz Soldán lo hizo en una carta privada, sólo porque no quería causarle problemas a su padre médico.
La situación fue incómoda, aunque no gratuita. Era un riesgo que el autor había asumido a principios de los 90, cuando empezó a escribir y optó por retratar la Bolivia urbana de la clase acomodada, que él conocía tan bien. "Me acuerdo que un crítico me dijo que cómo me animaba a escribir sobre mi clase si esa clase no tenía la suficiente densidad para ser material de novela. Yo vengo de esa clase media frívola, de horizontes estrechos, pero sentía también que esa clase era la que no se conocía en la literatura boliviana".
- Tú eras un privilegiado para hacerlo: tenías información de primera mano, conocías perfecto ese grupo?
- Exactamente. Yo tengo la mejor relación que un escritor puede tener con su país y su clase, que es de amor y odio. Desde el primer momento dije que no me avergonzaba de haber pertenecido a esa clase, sino que quería novelar sus contradicciones, su aspiración a la modernidad que es siempre incompleta y compensada con cosas materiales, como mis amigos que tienen iPods como una forma de sentirse parte de una modernidad que quizás como país no se alcance.
- ¿Por dónde está la salida, entonces?
- Mientras uno no sea capaz de modernizar los prejuicios, no habrá una verdadera modernidad en Bolivia. La modernidad no pasa necesariamente por el desarrollo económico o tecnológico. Que te compres un iPod no significa nada si sigues despreciando al indio. En la clase media boliviana hay un deseo fuerte de modernidad, pero es una modernidad superficial, de estar bien porque tenemos TV cable o sentir que progresamos porque tenemos un sitio web atacado por hackers.
El perpetuo vaivén
Pegarle a su tribu es un ejercicio que Paz Soldán ha visto facilitado por la distancia. Se fue de Bolivia apenas egresó del colegio. La hiperinflación del país a mediados de los 80 provocaba pánico en la clase acomodada, que no dudó en mandar a sus hijos a estudiar al extranjero. Las universidades locales funcionaban a tropezones, y la elite no quería contratiempos. Los Paz Soldán decidieron, entonces, enviar a Edmundo a Mendoza. A seguir Ingeniería Industrial. "Yo quería Literatura, pero la presión de mis padres era muy fuerte", dice.
Duró menos de un año. Le vino una crisis feroz y decidió cambiar el rumbo. Partió a Buenos Aires y se matriculó en Ciencias Políticas. "Al menos es una carrera más ligada a las humanidades", se dijo a sí mismo, como consuelo. Pero la literatura se impondría a la fuerza: se hizo asiduo a las Ferias del Libro, donde conoció a Donoso, a Benedetti, a Sábato, y sacó agallas para atreverse a escribir en serio. Revisó sus cuentos antiguos. Corrigió sus textos. Y en esas tareas lo pilló 1988, año que partió a EE.UU. becado por la Universidad de Alabama. No fue por méritos académicos, en todo caso. El mismo lo aclara, entre risas: "Fue una beca deportiva. Jugué tres años fútbol en el equipo de esa universidad".
Entre chuteadores y libros, Paz Soldán se tituló allí de cientista político. Ese mismo año, 1991, se animó a desempolvar el viejo sueño literario. Y se fue a hacer un doctorado a Berkeley en Lenguas y Literaturas Hispánicas. No se detendría más: seis años después, fue contratado en la Universidad de Cornell, en el pueblito de Ithaca, como profesor de Literatura Latinoamericana. Allí echaría nuevas raíces.
"Vivo en este pueblo de 50 mil habitantes, que está más cerca de Canadá que Manhattan, con inviernos de cinco meses", dice Paz Soldán sobre su vida norteamericana, que divide entre clases universitarias y la escritura en la mesa de la cocina, lugar que le gusta porque está cerca de todo: de la TV, de la cafetera, de los espacios donde juega su hijo Gabriel o lee su mujer, Tamra. No tiene de qué quejarse; el oficio de escribir ha sido fecundo en sus casi dos décadas en EE.UU.: seis novelas, ensayos, críticas y cuatro libros de cuentos. Obras que han sido traducidas, premiadas y dado a su autor reconocimientos de consagrados como Mario Vargas Llosa, quien dijo que "Edmundo Paz Soldán es uno de los mejores escritores de la nueva generación".
Pese al largo tiempo lejos de Bolivia, el escritor no la olvida. Al contrario: vuelve cada año a cargo del programa "Problemas sociopolíticos de la región andina", que la Universidad de Cornell dicta para alumnos norteamericanos, entre junio y agosto, en Cochabamba. Para Paz Soldán es un antídoto contra la ausencia: "Siempre le he tenido miedo al desarraigo, pues la cultura norteamericana es muy fuerte. Pero me di cuenta que ya son 17 años en Estados Unidos y eso cambia el panorama. Me he arraigado aquí también, y es difícil mantenerse arraigado a dos realidades tan opuestas. Pero estoy acá y siento nostalgia de Bolivia, y cuando estoy allá recuerdo mi oficina en Ithaca. Estoy en un perpetuo vaivén y reconozco que me gusta".
El lado positivo, según él, es que desarrollado una "mirada extrañada" que le permite recoger material para sus ficciones: "Cuando voy a Bolivia no la miro con los ojos de quien vive allá, sino con ojos extrañados. Cuando voy a la heladería con mis amigos de infancia y sus familias, todos van con sus nanas, excepto mi mujer y yo. Entonces me parece extraña esa situación. Si yo me hubiera quedado allá, no sería rara pues es parte de la clase acomodada del país. Pero yo la miro desde afuera".
- Convertir eso en literatura, ¿es una forma de evitar la pena?
- Quizás es una forma creativa de lidiar con ciertos problemas emocionales. Hace dos o tres años tuve un período en que no podía escribir y me sentía muy solo en Estados Unidos. Y me di cuenta que esta soledad de vivir lejos de mi país y mi familia necesita la catarsis de la escritura para encontrar el balance.
Tranquilidad zen
En sus últimas tres novelas ("Sueños digitales", "La materia del deseo" y "El delirio de Turing"), Paz Soldán sitúa la historia en Río Fugitivo, que es una Cochabamba ficcionada. "Sentí la necesidad de crear mi propia Cochabamba, que tiene como base la Cochabamba de mi infancia y, por otro lado, las cosas que he vivido afuera en estos años", dice. Está lejos, en todo caso, de ser una versión mejorada de su ciudad natal: "Es una Cochabamba en que los contrastes están exacerbados. Los bloques de modernidad y las resistencias tradicionales son más explícitos".
En Río Fugitivo la acción se mueve entre dos temas que ya son la marca registrada de Paz Soldán. Uno es la tecnología y su impacto en la vida cotidiana, que para el autor es una manera de mostrar el choque entre modernidad y tradición. Así, en sus novelas aparece esta ciudad high tech, con sitios web, photoshop, e-mails, piratas informáticos. "Ello muestra el deseo de la clase acomodada de modernizar Bolivia y la resistencia de otros grupos por el miedo a perder tradiciones ancestrales en un país donde el 60% de la población es indígena", explica el escritor, quien reconoce que su acercamiento a la tecnología es teórico y escasamente práctico.
Pero no sólo de tecnología vive el hombre; tampoco Río Fugitivo. El segundo tema del mundo literario de Paz Soldán es el contexto social y político, que siempre mira al pasado reciente de Bolivia. Y es la base histórica de sus libros. Se consignan golpes de Estado, dictaduras, retornos a la democracia, revueltas sociales, protestas antiglobalización. En "El delirio de Turing", por ejemplo, todo ocurre en el marco de una manifestación -en el mundo real y en internet- contra una transnacional que sube las tarifas eléctricas en Río Fugitivo. Un hecho que recuerda lo que fue la guerra del agua en Cochabamba el 2000 y que el escritor reconoce abiertamente como inspiración.
A juzgar por el resultado del mix entre tecnología y política en sus ficciones, sumado a sus duros comentarios en la vida real sobre la clase media y la modernidad en Bolivia, cualquiera pensaría que Edmundo Paz Soldán es un francotirador. Y lo es. La gracia es que sabe disparar con elegancia. Sin perder la calma. "Mi actitud inicial cuando alguien me ataca es escuchar y, curiosamente, darle la razón. Es una cosa muy instintiva, que hago desde siempre: escuchar posiciones opuestas y buscar un término medio", dice. Sus pares le reconocen esta tranquilidad. El escritor Gonzalo Garcés recuerda un encuentro de narradores el 2003 en Sevilla: "Me impresionaron su inteligencia y tolerancia, virtud rarísima entre escritores. Allí lo vi responder con elegante calma a una de las célebres y a menudo arbitrarias diatribas de Roberto Bolaño. Cuando Edmundo dio su conferencia, que hablaba de la influencia de internet en la literatura actual, Bolaño entendió que internet era EL factor esencial, algo que Edmundo no había dicho, y se puso a despotricar. Edmundo lo aclaró sin despeinarse".
El escritor argentino Rodrigo Fresán coincide plenamente: "Conocí a Paz Soldán en uno de esos bizarros encuentros de escritores en Texas y me intrigó su calma casi sobrenatural, su sonrisa permanente y su mirada casi sin párpados, como queriendo verlo todo. Voy a decirlo: Paz Soldán parecía y me sigue pareciendo más extraterrestre que boliviano. Después comprendí que esa tranquilidad zen era engañosa y que la procesión iba y sigue yendo por dentro. Porque Edmundo está todo el tiempo escribiendo, saliendo de un libro para entrar en otro, mitad de su tiempo entre nosotros y la otra mitad en Río Fugitivo: esa ciudad/planeta/universo donde no nació y vivirá hasta el final que, todo parece indicarlo, está muy lejos. Porque Paz Soldán tiene todavía mucho por mirar y por sonreír para después poder ponerlo por escrito de regreso en su mundo. Otro mundo que está en éste".
Paz Soldán no se inmuta. Y con su calma de siempre, explica que en sus próximos libros dejará descansar a la tecnología y Río Fugitivo. Que si bien hace cinco años pensó en armar una saga en que todas sus novelas tomaran esos tópicos, después de entregar "El delirio de Turing" se dio cuenta que estaba forzando las cosas. Que ambos temas estaban momentáneamente agotados. "Tenía miedo de empezar a repetirme", dice. Por eso, recién terminó una novela basada en la guerra del gas, situada en La Paz y que es más política que tecnológica. Además, tiene en carpeta dos novelas ambientadas en EE.UU.: una que recrea la historia de una chica asesinada por un serial killer a 20 minutos de Ithaca, y otra que da cuenta de medio siglo de inmigración latinoamericana en EE.UU. Ingredientes frescos para los mundos extremos de Paz Soldán.
Del delirio a la culpa
"El delirio de Turing" transcurre en Río Fugitivo y conjuga el tema tecnológico con una mirada político/social. La ciudad se desangra por una protesta popular ante el incremento sorpresivo de las tarifas eléctricas por parte de la transnacional Globalux. Pero eso no es todo: a la violencia de las manifestaciones callejeras, se suma una guerra electrónica encabezada por un grupo local de hackers que boicotea los sitios del gobierno, exigiendo justicia. En medio de todo eso, la Cámara Negra: organismo creado en los 70 bajo la dictadura de Montenegro (clara alusión al ex presidente Hugo Bánzer) para interceptar y descifrar mensajes de la oposición. Se ha mantenido en el tiempo con funcionarios disciplinados como Miguel Sáenz, apodado Turing en honor al matemático inglés que durante la II Guerra Mundial descifró el código Enigma, usado por los nazis.
Es justamente en este Turing boliviano donde Paz Soldán vierte sus mayores críticas al sistema. "Encarna toda esta tecnología del Tercer Mundo: él es un Turing tercermundista, que admira al otro pero sabe que ni siquiera tiene los materiales técnicos para combatir a los hackers. Aquí la tecnología jamás es de primera mano", dice el autor. Además, le pega duro a aquellos que -como ha visto a muchos en Bolivia- creen que la tecnología es sinónimo puro y suficiente de progreso, sin importar si se acompaña de cambios más profundos. Y expone casos tan patéticos como el de Ramírez-Graham, nuevo jefe de la Cámara Negra que, mientras su institución se cae a pedazos, juega en su casa con Supersónico, el perro robot de Sony. "Muchos café internet no hacen verano", escribe un desesperanzado Paz Soldán en su libro, cuando describe a Río Fugitivo.
Pero hay temas aún más complejos. Como el de la culpabilidad. El Turing de la novela trabaja en un organismo que sirvió a los intereses de una dictadura, sin cuestionarse jamás qué efectos tenía en otras personas su labor en la Cámara Negra. "No sólo estuvieron los que dispararon, sino también los que creyeron con fervor en esa ideología, muchas veces por obra u omisión, como Turing. Para que una dictadura se sostenga tiene que haber muchos cómplices, y la clase media en Bolivia estuvo a favor de la dictadura de Bánzer en los 70", dispara Paz Soldán. La gente que por seguir una razón de Estado justifica una ideología comete, a juicio de Paz Soldán, el peor de los delirios. Como el delirio de Turing.
(ARTICULO PUBLICADO ORIGINALMENTE EN LA REVISTA ON LINE QUÉ PASA DE LA TERCERA DE CHILE)
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