Amores imperfectos
Javier Agreda
Aparecidos en diversos países de América Latina a principios de la década del 90, los narradores “light” representan ya toda una generación literaria que el tiempo, el mejor antologador a decir de Borges, se está encargando de depurar. De este discutido grupo de escritores uno de los más reconocidos es Edmundo Paz Soldán (Bolivia, 1967), autor de dos libros de cuentos y dos novelas –Días de papel (1982) y Río fugitivo (1998)-, además de ganador del prestigioso Premio de Cuento “Juan Rulfo 1997” con el relato “Dochera”. Este cuento y otros 22 forman parte de Amores imperfectos (Alfaguara, 1998), su más reciente publicación.
Dividido en dos secciones (de acuerdo a la extensión de los relatos), el libro presenta textos en los que lo más importante parece ser el efecto final, el afán de sorprender al lector. En “Romeo y Julieta”, cuento brevísimo, dos adolescentes enamorados deciden suicidarse. El lo hace primero, cortándose las venas con un cuchillo, pero ella en lugar de hacer lo mismo simplemente da media vuelta y se va. Igual de imprevisto pretende ser el final de “La puerta cerrada”: el personaje narrador ve a su hermana asesinar al padre que abusaba sexualmente de ella. En el último párrafo nos dice que no revelará lo que sabe para que ella “no decida, como lo hizo antes con papá, cerrarme la puerta de su cuarto” (p.25).
Sin grandes ambiciones intelectuales o artísticas, los relatos de Paz Soldán y sus compañeros de generación son de alguna manera una respuesta a la complejidad y pretensiones de totalidad de las novelas de Cortázar, Fuentes o Vargas Llosa, sumamente cargadas de reflexiones y referentes culturales y por lo mismo poco accesibles para la mayoría de lectores. Una primera reacción a esta “elitización” fueron autores como Bryce o Puig, que sin dejar de lado el rigor formal apelaban a referentes más populares y a una temática más personal y emotiva. La generación light continuó en esta línea y la llevó al extremo, simplificando al máximo las técnicas literarias y utilizando un lenguaje lo más transparente y cotidiano posible.
No es la primera vez que un movimiento artístico o literario que parece alcanzar una cima de creatividad produce este tipo de reacción (ocurrió también con el jazz, que en su mejor momento comenzó a ser reemplazado por el simple y repetitivo rock and roll); y siempre a lo radical del enfrentamiento inicial sigue una segunda etapa más conciliadora con la tradición y la calidad artística. Mucho de eso tiene Amores imperfectos, libro en el que versos de canciones populares y personajes de televisión están al lado de guiños y alusiones literarias. El cuento “Continuidad de los parques” es un “remake” del relato homónimo de Cortázar, sólo que narrado por el mayordomo, ausente en el texto original. También hay un cuento titulado “El informe de los ciegos”, además del ya mencionado “Romeo y Julieta”. Y “La escena del crimen” es un típico cuento policial, hasta con un personaje apodado Sherlock.
Pero no son esos los mejores relatos del libro (las alusiones son siempre demasiado obvias y directas), sino aquellos pocos en los que el autor se aproxima a la problemática relación entre el lenguaje y la realidad, uno de los temas predilectos de los narradores del “boom”. Eso sucede en “Epitafios” y en “Dochera”, que cuenta la historia de Benjamín Laredo, encargado de hacer los crucigramas de un importante diario, quien desconcierta a sus lectores cuando comienza a inventar palabras y a cambiar el nombre de las cosas para llamar la atención de su amada. Así, Amores imperfectos de Edmundo Paz Soldán resulta un conjunto de relatos disparejo pero interesante; y una prueba de la continuidad de la narrativa latinoamericana, a pesar de las diferencias generacionales.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home