Paz Soldán y el circuito cerrado ; "La frecuente instalación de cámaras de circuito cerrado para vigilar los comportamientos de la gente"
Culturas / EDMUNDO PAZ SOLDÁN RAZONANDO EL DELIRIO
Tres libros de cuentos y cinco novelas, además de algunas coediciones de
antologías, es el patrimonio literario del escritor Edmundo Paz Soldán
(Cochabamba, 1967). Doctor en Lenguas y Literaturas Hispánicas por la U. de
California, el narrador boliviano nos cuenta secretos de su reciente obra: El
delirio de Turing (Alfaguara, 2003), con la cual
acaba de ganar el Premio Nacional de Novela de su país.
Entrevista CARLOS BATALLA.-
El carácter reflexivo de Edmundo Paz Soldán se refleja en sus gestos, cuidadosos
y medidos al milímetro; en sus ideas, reforzadas por la razón; y en sus frases,
hilvanadas en búsqueda de lo inasible en sus ficciones. Es un narrador que no
trata de impresionar, pero que impresiona finalmente por su última historia:
hombres atrapados en los avatares de la informática y en el enigma de los
mensajes cifrados.
-Quien lea El delirio de Turing no podrá dejar
de recordar tus otras novelas, sobre todo Sueños digitales (2000), que plantea
un "thriller tecnológico". ¿Significa esto
que has encontrado una temática tan interesante como para seguir explorando en
ella?
-Lo que me ha ocurrido en los últimos años es una confluencia de dos
fuerzas: por un lado, una fijación en las novelas policiales que leía desde mi
adolescencia, de esa forma fui "formateando" mi cerebro con historias
como las de Agatha Christi
que, de alguna forma, me ayudaron a narrar. Y es que en ese tipo de obras, por
más que se diga que son de masas, hay un gran respeto por ese deseo del lector
de saber lo que pasará en la página siguiente. Eso sí, nunca me interesó que
ese suspenso sea un fin en sí mismo, sino que se trate de un medio para un fin
que aborde otros contextos. Y aquí está la otra fuerza: mi interés reciente por
explorar el tema del impacto de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana.
Siento que hay una deuda de la literatura latinoamericana con ciertos temas,
como los de ciencia y tecnología, que más bien han tratado escritores
norteamericanos y europeos. Es una gran puerta de ingreso para abordar asuntos
como el choque tradición-modernidad, o lo universal-local. Y es que un escritor
siempre está buscando esas metáforas que puedan condensar varias cuestiones, o
un momento histórico. Las nuevas tecnologías pueden ser tanto la fotografía
digital como los piratas informáticos, la cibernética, que es el caso de esta
última novela.
-En El delirio de Turing hay mucha fricción
entre "realidad virtual" y "realidad real". ¿La idea es
descubrir, por medio de la trayectoria de figuras como Turing,
Kandinsky, Flavia y otras
más, los vanos intentos del hombre contemporáneo por dominar ese paraíso
virtual? En todo caso, ¿qué piensas de esta suerte de disyuntiva?
-Creo que la realidad virtual contiene formas de escape de la vida
cotidiana que buscan compensar nuestra insatisfacción; pero, a la vez, en esta
novela hay un interés por la idea de una continua manipulación, en el sentido
de un ser que controla al manipulador. Es una idea borgeana.
Se trata de un hombre que ante el caos de su entorno decide encontrar cierto
orden en ese mundo virtual, en donde puede "controlar" por medio de
la computadora. El drama es que no se da cuenta de que es también maniatado por
fuerzas extrañas, estableciéndose así un círculo perverso en el que no hay
principio ni final en la cadena de manipulaciones. Quizá sea ésta una de las
novelas más épicas que haya escrito, pero una épica de la vida cotidiana, con
personajes que de repente quieren ser extraordinarios, pero que no lo son, y
sólo luchan y tratan de hacerse de un orden en medio de una realidad muy
dispersa que los devora literalmente.
-El núcleo duro de la novela es la criptografía, el criptoanálisis.
Personajes que escriben y descifran mensajes en clave. ¿Crees que es un
elemento que enriquece la intriga? Si es así, ¿de qué forma?
-Para mí ha sido como una progresión natural radicalizar una fijación, una
obsesión que he tenido siempre por los códigos. Desde la creación del alfabeto
como forma de comunicación entre los hombres, ha habido un deseo de encontrar
un vehículo que sirva de enlace transparente entre todos; pero también un deseo
de utilizar ese código para ocultar el mensaje. De alguna forma siento que hay
una constante en varios textos míos en los que un tipo de código, como los
crucigramas, se vuelve para el protagonista una metáfora de nuestro
enfrentamiento con el mundo, el cual queremos develar, pero donde no
encontramos todas las claves. Esta metáfora se ha convertido en casi una forma
de interpretar la literatura, que resulta ser un gran enigma que estamos
siempre tratando de resolver. Lo que quise hacer en esta novela es tratar de
exacerbar esa búsqueda y encontrar qué hay en ese enfrentamiento milenario
entre criptógrafos y criptoanalistas, entre los que
codifican y decodifican los servicios secretos de inteligencia.
-Es imposible escucharte hablar de esas categorías criptológicas
y no pensar en otra metáfora: asimilar esos términos a la producción de ciertos
textos literarios y a un tipo de crítica. ¿No se te ha ocurrido observar el
asunto en ese plano?
-No lo he pensado explícitamente en torno a la crítica, pero sí, al menos
en principio se le puede aplicar. Obviamente es parte de un saber, que implica
también el conocimiento de ciertas lenguas como claves de ingreso.
Ese saber exige como barrera de protección una serie de leyes discursivas,
códigos de iniciados, casi como rituales, para distinguir a los que son capaces
de entrar en ese saber de los que quedan fuera de la institución. En cierta
forma, la crítica literaria está fundada en un deseo de delimitar el campo con
un lenguaje especializado, muy técnico, y que requiere de un conocimiento,
porque para descifrar un código tienes que conocer primero las leyes de éste.
Claro, para decodificar las claves de los hackers
tienes que saber de cibernética. De alguna forma esa podría ser la analogía con
el crítico, quien para interpretar un poema, cuento o novela debe aprender algo
así como la "cibernética" del lenguaje literario.
-Turing, el experimentado criptoanalista,
dice en un momento que para avanzar en ese oficio se debe tener "intuición
y razonamiento", pero más intuición, precisa; y Albert,
el maestro de Turing, insiste en que "acaso el
pensamiento sea otra forma del delirio". Aquí hay una claudicación
explícita del racionalismo. ¿Son las fuerzas de la irracionalidad, las
pasiones, los deseos los que vencen y devoran a tus personajes?
-Sí, lo has visto muy bien. Pienso que el hombre ha erigido grandes
edificios racionales para entender el mundo; sistemas como la arqueología, la
filosofía, la ciencia son, pues, grandes edificios lógicos, a veces
impenetrablemente lógicos, cuyo objetivo final es entender las leyes que rigen
nuestra existencia en el universo. Pero, a pesar de ello, yo siempre he tenido
la sospecha de que esos edificios esconden algo; de que la razón es
insuficiente para dar cuenta de la complejidad de ese universo al que nos
enfrentamos. Quizás allí, en esa crisis de la razón, no se trata simplemente de
buscar la cuestión escapista, sino de tratar de valorar otras formas o vías de
acceso al conocimiento. Pienso en la obra de Cortázar, que tenía mucho contacto
con el surrealismo. Sin duda, hay ciertos niveles de realidad a los cuales no
se puede acceder por el camino de la razón. No sé si El delirio de
class=SpellE>Turing ofrezca un camino alternativo, pero por lo menos sí
una crítica a este gran deseo que tienen los hombres de trabajar -como los
class=SpellE>criptoanalistas- por los caminos lógicos. El paralelo está
en que el gran criptoanalista del siglo XX, Alan
class=SpellE>Turing, para poder decodificar la máquina de los nazis,
Enigma, inventó el prototipo de las computadoras. Mi crítica es que hay algo
allí "que hace agua"... No se trata de hacer culto a Dionisio, sino
de ver que esa obsesión por la racionalidad es también una forma irracional de
confianza en ella, si me permites la paradoja.
-El personaje Baez, un tipo que pasa casi
inadvertido en la novela, sorprende al lector; ese cambio brusco de la inacción
a la osadía parece que no está suficientemente justificado. ¿Cómo lo sientes
desde tu perspectiva?
-La novela tiene muchos personajes que llaman la atención sobre sí mismos.
No tenía muy claro cuál iba a ser el final de la novela...
-¿En qué momento lo tuviste claro?
-Hasta la última versión, porque siempre sentía que el final que hasta
entonces había pensado era muy lineal, casi una progresión normal, hasta obvio.
Quizá se da esa sensación porque siempre practiqué el género del cuento, a
nivel de Cortázar o Borges, donde es fundamental el golpe de efecto final, la
sorpresa que sacas de la manga, y que también está en las novelas policiales
que leí de niño, en el que el asesino era aquél que pasaba inadvertido. En esa
estructura, en ese código "formateado", quería hallar una solución
donde el "mayordomo" sea el culpable.
-Un remate cuentístico.
-Claro, culpar a alguien que esté siempre en la novela, pero que a la vez
no esté. En ese sentido, cualquiera puede ser el culpable; además está la idea
de que en el criptoanálisis mucha gente ha terminado en el manicomio,
ya que llega un momento en que ya no puedes distinguir entre lo literal y lo
metafórico; todo se convierte en un código y comienzas a desconfiar incluso de
tu propia escritura. Esta novela tiene algo que ver con esa paranoia de que
cualquiera puede ser el señalado.
-¿Tienes algún nuevo proyecto de novela?
-Sí, y ya he escrito 50 páginas. Ahora estoy en un periodo de paréntesis de
varios meses. Es algo que se repite y he adoptado como un método de trabajo.
Esas primeras páginas me sirven para delinear temas.
-¿En qué marco físico se moverán tus personajes?
-En Estados Unidos, y tiene que ver nuevamente con el impacto en la vida
diaria de la tecnología. Está en relación con un fenómeno que ocurre después
del 11 de setiembre: la frecuente instalación de cámaras de circuito cerrado
para vigilar los comportamientos de la gente tanto en los lugares públicos como
privados.
-Pero eso ya ocurre en El delirio de Turing
cuando una cámara secreta detecta al protagonista en su oficina del sótano.
-Sí, pero aquí estará multiplicado, lo convertiré en el tema central, con
un personaje que trabaja monitoreando esas cámaras y enfrentando distintas
historias. Ese será el hilo conductor.
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