Wednesday, October 11, 2006

Roberto Cáceres Andrade escribe sobre Paz Soldán

Una defensa de la propuesta estética y literaria del escritor

Paz Soldán, ¿sigue el modelo?

Roberto Cáceres Andrade

La Prensa. La Paz - Bolivia 31-08-2003


En el número 14 del suplemento El mal pensante de El juguete Rabioso (Nº 85), con el título de “Edmundo Paz Soldán y los escritores del modelo”, Centa Reck ataca la propuesta de Paz Soldán. Creo que, además de una perspectiva equivocada, el punto de vista psicoanalítico que emplea no es el adecuado para criticar una propuesta estética literaria. Mucho menos intentar psicoanalizar personajes de ficción. En su artículo niega que “la alienación sea la única forma que nos queda para ser y vivir”, sin embargo usa el lenguaje “posmo” de Marcuse.
Entiendo que la denominada nueva generación de escritores no es tan nueva. Es decir, ellos han estado siempre ahí, como laterales, ante los escritores del boom, post boom, boom boom, post post boom y otros encasillamientos parecidos.
Si es cierto que Márquez o Vargas Llosa tienen mucho de positivo, lo negativo ha sido tomarlos como iconos y modelos no sólo para criticar la narrativa latinoamericana, sino para discriminar a los nuevos escritores.
En efecto, la oferta editorial ahora sólo responde a la demanda y ya no hay aquellas que hagan una colección, como la añorada editora que decía “Sigue a Barral”. Hasta los escritores ya no son los hacedores de un producto, sino el producto los hace.
Esperar autores según el “debe ser” de la literatura boliviana o latinoamericana es socavar poéticas potenciales. Eso también pasaba a mediados del pasado siglo. Y hemos vuelto al mismo estado: la literatura de tesis. Si viniera donde Centa Reck —y si fuera editora además— un joven alto con un cuento donde los personajes se mueven entre marcas de cigarrillo, vidrieras, mostradores, o sea, en trivialidades ¿lo publicaría? Creo que no. Y podríamos ver por un tiempo a un Julio Cortázar en el anonimato de su Casa Tomada. Casos similares pasan hoy, y son los editores (también lectores, críticos y profesores) quienes causan la antilectura.
La propuesta que estos narradores tienen recoge a toda esa generación relegada y lateral pasada, pero sobre todo a una estética eterna: la del fragmento.
Ivan Thays en un ensayo nos recuerda por ejemplo a Ribeyro, que no tuvo el afán de mostrar una moral o la realidad nacional del Perú; en sus Prosas apátridas es uno de los expositores cumbre de este tipo de literatura.
También está su paisano Luis Loayza, que se atrevió a publicar Otras tardes. Pero quizá ninguno sea tan estupendo como Jaime Saenz, sus Vidas y muertes no se pueden aprehender en una oración genérica.
Estos autores hacen de sus obras una artesanía solitaria y hoy, para mencionar algunos nombres, están Volpi, Bellatín, Thays y Fresán. En realidad siempre han existido estos autores sin totalidad, herederos del primero que ha sido sin duda Ovidio, con su Metamorfosis. Exiliado por no haber seguido los preceptos de la esfera pública como un Virgilio, se refugió en la mitología para utilizarla y explotarla con sus detalles, no para hacer una epopeya (por entonces ya no tenía efecto), sino para ir más allá del autor que informa o da una enseñanza, ser un encantador.
Nabokov nos dice que esta última faceta es la que hace a un gran escritor. Son más importantes el color de los ojos de su personaje y el mobiliario de su pequeña y fría habitación que su contenido moralista o profético.
Esa actitud de no tomar en cuenta ideales absolutos o hacer una novela total es, sobre todo, fruto de la desconfianza en el sistema. Las verdades son individuales. Los nuevos narradores, entonces, desconfían también del mercado y se sitúan en sus moradas para trabajar verdaderamente en su oficio.
Como Narciso, acaban de descubrir que su imagen, su obra, no es el reflejo de dioses para todos, sino de ellos mismos. Y dicen: “Éste al que adoro es quien quisiera que viviera más”. Que ahora sean celebrados o no es un accidente.