Thursday, August 09, 2007

Jack Martínez entrevista a Paz Soldán en la feria del libro de Lima



August 7th, 2007
Paz Soldán y la política en su última novela*
Por: Jack Martínez

Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967) estuvo en Lima para presentar su libro Palacio Quemado en el marco de la Feria Internacional del Libro. La novela está ambientada en La Paz y recrea los tiempos de la llamada “Guerra del Gas” del 2003, donde un tambaleante gobierno termina cayendo tras las revueltas populares bolivianas en contra de la exportación del gas natural a través de puertos chilenos. En esta historia, el protagonista es el redactor de discursos del gobierno que no cree en lo que escribe pero cuyas líneas deben sonar convincentes para el resto. A continuación, una charla que sostuve con el escritor.

Palacio quemado constituye la primera novela en la que abordas de manera exclusiva una crisis política. Tomando esto en cuenta, ¿cómo surge la temática -inesperada para tus lectores- de este libro?
Sucede que yo ya tenía definido al personaje de la novela mucho antes que al contexto en el que lo iba a situar. Y este personaje nació básicamente de la figura de un tío que escribía los discursos de un dictador boliviano en los años sesenta. Una vez, cuando yo era muy joven, ingresé a su sala y encontré la foto de aquel dictador con una dedicatoria muy amable para mi tío. Ese acontecimiento se quedó dando vueltas en mi cabeza por muchos años. Era una idea que a lo largo del tiempo iba y venía y no sabía qué hacer con ella hasta que leí un par de novelas de Roberto Bolaño: Estrella distante y Nocturno de Chile. En ellas, Bolaño trabajaba las interrelaciones perversas entre los intelectuales y el poder. Es sabido que en América tenemos una visión de los intelectuales como representantes de la conciencia moral. Sin embargo también están los otros, los intelectuales cortesanos, los que lejos de juzgar, son adscritos al poder. Este segundo grupo es el que retrata Bolaño. En Estrella distante un poeta apoyaba a la dictadura y en Nocturno de Chile un crítico literario le daba clases de marxismo a Pinochet. El personaje de Palacio Quemado se erigió entonces gracias a la confluencia de mis lecturas y el recuerdo personal de mi adolescencia. Y cuando ya tuve definido al personaje se me ocurrió situarlo en un momento de crisis y de conflicto en la Bolivia de hoy.

Pero digamos que una vez definido el contexto, sí empezaste a construir una novela de características más complejas…
Claro, porque esa situación de crisis en la que la sitúo tiene que ver con la caída del gobierno de Sánchez de Losada (2003) en la llamada “Guerra del Gas”. Entonces en la novela se percibe que este suceso también marca el fin de un periodo neoliberal.

¿Y esto significa que a través de la novela se establece una abierta toma de posición de tu parte respecto a estos sucesos?
Antes de contestar creo que se deben diferenciar dos posturas. La de el escritor, que es mi caso; y la del narrador, que viene a ser el personaje protagonista. Desde mi postura puedo señalar que quería retratar el fin de una clase gobernante, de una élite política de condición media alta que manejó los destinos de Bolivia de una manera excluyente. Una clase que no tuvo visión de país, que defendió su parcela de terreno, sus intereses. Y esto lo puedo decir como una autocrítica porque yo pertenezco a esa clase social. Se trataba de gobiernos que tenían una falsa buena conciencia: tenemos que cambiar este sistema porque existe mucha discriminación, injusticia social, decían; pero no se animaban a hacer los cambios necesarios porque aquello significaría la pérdida de su poder real. Es esa contradicción, esa buena voluntad que no se concreta la que quería criticar. Y lo que ocurrió más tarde en Bolivia con la llegada de Evo Morales es lo que ellos temían. Ahora, los intereses del personaje, que definitivamente no tienen que ser necesariamente los mismos, pues hay que descubrirlos con la lectura de la novela, pero no confundirlos con los míos como escritor.

Por otro lado, y tomando en cuenta que Palacio Quemado es uno de los escenarios más recurrentes, ¿tuviste, aparte de la investigación documental, un acercamiento personal al Palacio de Gobierno boliviano?
Antes de escribir la novela, antes inclusive de que fuera un proyecto, me cité varias veces en Palacio, y por diferentes razones. Por lo general, para entrevistar a algún presidente. Pero cuando decidí escribir la novela no volví. Lo que hice fue leer muchos libros relacionados al ambiente. Por eso, seguramente, habrán detalles que se me han escapado. Sin embargo, lo que me interesaba era crear, sino de manera idéntica, sí de una forma convincente y verosímil el escenario principal de la novela. Por ello, antes de culminar Palacio Quemado, hice circular mis manuscritos entre varios políticos que tenían un trato cotidiano con Palacio. Me interesaban sus reacciones, quería ver si se la creían o no. Y claro, también me interesaba que percibieran los sucesos sobre las intrigas y las idas y venidas de la política boliviana como hechos posibles. Cuando ellos respondían que la novela les había encantado, respiré aliviado, porque son ellos los que de verdad podían dar fe de que todo era verosímil, de que las cosas pudieron haber ocurrido así.

Sin embargo, ¿cómo tomas el hecho de que al buscar esta verosimilitud se cree una doble lectura de la novela? Me refiero a la percepción que se va a tener dentro de Bolivia o países cercanos, y a la que se va a tener desde otras perspectivas quizá muy alejadas de la realidad de tu país.
De hecho en Bolivia ya está habiendo una lectura extraliteraria. Y es que lo que he narrado parte de hechos muy frescos, sucesos acaecidos hace cuatro o cinco años y las heridas aún no se cierran del todo. Todavía no hay una distancia en el tiempo, una perspectiva lo suficientemente alejada de parte de los lectores. Y como yo vivo afuera, pues no medí muy bien esas distancias. Esto se puede comprobar ahora porque las reseñas que han comenzado a salir de la novela aparecen tanto en los suplementos literarios como en las editoriales de los periódicos donde discuten cuán exacto es lo que cuento en relación con lo que pasó realmente. También piensan, equivocadamente, que el narrador soy yo. Que las opiniones del protagonista son las mías y dicen algunos equivocadamente que Paz Soldán es el hombre infame que hoy está prófugo de la justicia en Miami.

Al referirte en líneas generales al libro, dices que éste aborda los “Traumas nacionales” de Bolivia. ¿Cuáles son estos traumas que se reflejan en la novela?
Traumas en mi país hay muchos. Pero creo que en mi novela, el principal y que ya viene aludiéndose desde el título, es nuestra incapacidad para desarrollar desde el principio de nuestra historia, una suerte de convivencia política pacífica. La política es el arte de negociación, de compromiso, y requiere de mucha paciencia y gran capacidad de hacer concesiones en pro de un bien mayor. Sin embargo, y como ejemplo, que en la segunda mitad del siglo XIX un partido político de la oposición haya tenido la necesidad de quemar el palacio de gobierno en Bolivia, ya es una clara muestra de que la intolerancia por la postura de el otro está muy marcada. Ese es el gran trauma, el no poder articular una nación moderna, con un objetivo claro de desarrollo porque los intereses encontrados de diferentes sectores y regiones y grupos étnicos nunca se amalgamaron.

También aparece en el libro, visos de cierta frustración por la condición de país mediterráneo que tiene Bolivia…
El no tener mar ha desembocado en un resentimiento que muchas veces se maneja demagógicamente. Y en el caso de la “Guerra del Gas” que yo trato se manejó así. Y es que los bolivianos tenemos una gran capacidad para buscar culpables de nuestro atraso fuera de nuestras fronteras. Entonces, si no somos víctimas de el imperialismo norteamericano, somos víctimas del imperialismo chileno y nos hubiera ido mejor si es que no nos arrebataban el mar. Ese pensamiento nos ha impedido vernos a nosotros mismos. Creo que para poder construirnos como país debemos reconocer cuáles son nuestras virtudes y cuáles nuestros defectos. Y el trauma nace de esa incapacidad de vernos en nuestras justas dimensiones y reconocer que Chile no es el culpable de nuestro atraso, que el acceso al mar influye notablemente pero no debería ser razón para levantar las manos y no hacer nada. Sí, la ausencia del mar es un trauma constante que está en el corazón de cada boliviano y en la novela es el disparador que agita las acciones políticas, el descontento por el gobierno se canaliza a través del rechazo de la política de acercamiento a Chile para la exportación del gas.

Ya que hablas de lo demagógico de los políticos, pues el protagonista es justamente ese intelectual que está detrás de las bambalinas del poder, el que redacta estos discursos vacíos…
La relación entre el intelectual y el poder tiene una tradición de larga data en América Latina. En el siglo XIX, los intelectuales ya actuaban activamente. Luego han sido, desde responsables de manifiestos o programas de gobierno, hasta candidatos a ministerios, congresos, presidencias. Cada país latinoamericano tiene varios ejemplos. Pero también está el otro lado de esta relación. A lo largo de los años la figura del intelectual que participa activamente en la política se ha ido desdibujando. Y a veces, ya no tiene una participación con convicciones ideológicas profundas, sino que participa en la difusión del poder mismo. Y el intelectual que debería ser la conciencia crítica de nuestras sociedades, muchas veces termina siendo el primero en ser seducido por el poder. Es el caso del protagonista. Por otro lado, respecto a los discursos que mencionas, en la novela me interesaba trabajar el divorcio que existe entre las palabras y los hechos. Muestro qué es lo que pasa si esas palabras son articuladas desde un vacío donde el intelectual es un mercenario que se alquila al mejor postor, donde que sus convicciones reales no trascienden al discurso. Un discurso hueco que construye un modelo de país que no tiene asidero real. En conclusión, me refiero, por un lado, al divorcio entre las palabras del intelectual y sus convicciones; y por otro, entre el mundo ideal que construye en sus discursos y la realidad precaria de un país.

Finalmente, ¿continuarás con temas políticos de este corte en tu próxima novela?
La verdad es que el tema político me ha agotado. Mi proyecto de novela inmediato está ambientado en los Estados Unidos, en un colegio y las relaciones que existen entre adolescentes norteamericanos. Me propongo estudiar esa especie de patología que en estos años de violencia en colegios y universidades se ha desarrollado. Es decir, la violencia pero en un espacio y una atmósfera diferentes.


*PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EL BLOG LITERARIO DE LA REVISTA CULTURAL PERUANA LLAMADA EL HABLADOR

Wednesday, August 08, 2007

MARTÍNEZ OPINA SOBRE LA NOVELA LLAMADA PALACIO QUEMADO





Máquinas ficcionales. Paz Soldán*

El escritor Emilio Martínez se adentra en Palacio Quemado, la última novela de Edmundo Paz Soldán, que a través de la ficción narra los sucesos de febrero y octubre negro. También hace una relación entre ésta y otras publicaciones del ganador del Premio Juan Rulfo de Cuento en 1997





Emilio Martínez

Palacio Quemado es la última novela de Edmundo Paz Soldán, editada recientemente por Alfaguara en Bolivia y Perú. Ambientada en la caída del segundo gonismo y con la guerra del gas como telón de fondo, “todos sus personajes, hasta los imaginarios, son verdaderos”. En sus páginas están los retratos críticos del presidente Canedo, reconocible por el acento gringo y la confianza a ciegas en las encuestas, junto al de su ministro favorito: el Coyote, manipulador de la estructura partidaria y duro en el uso de la fuerza pública. Y están también las semblanzas más leves del vicepresidente Mendoza, erudito en fútbol y cine; y del Remigio, diputado cocalero que conforma un ‘gobierno del pueblo’ paralelo.

Otras lecturas
Con tal escenario y personajes, la lectura política de la novela es la más obvia y no necesita mayores introducciones. Previendo esto, el autor declaraba en una entrevista dada a EL DEBER a comienzos de año: “Mi esperanza es que haya otras lecturas”, sabiendo que es en la polisemia del texto, en la capacidad para generar lecturas múltiples -y en el caso de los clásicos, inagotables- donde se cifra la pervivencia de los libros en el tiempo. Ensayar ¡otra lectura¡ es lo que intento en este artículo, a partir de una indagación en las características formales de la narrativa de Edmundo Paz Soldán y de cierto leit-motiv presente en la mayor parte de sus obras.

Círculos concéntricos
La estructura que organiza la trama de ésta y otras novelas anteriores, podría describirse en tres círculos concéntricos. En el primero y más externo se despliega el contexto histórico: febrero y octubre negro en el caso de Palacio Quemado, la hiperinflación de la UDP y la crisis terminal del capitalismo de Estado en Río Fugitivo.
El segundo círculo corresponde a la historia personal y familiar, condensando material autobiográfico permeado y reconstruido por la ficción. Es el mundo de la infancia, el recuerdo de Cochabamba (Río Fugitivo) y La Paz en los años ‘70 y ‘80. Es la memoria de su tío, Fernando Díez de Medina, escritor y ‘ghost writer’ de Barrientos, que sirve de disparador para una reflexión sobre las escabrosas relaciones entre los intelectuales y el poder, tesis central de Palacio Quemado.
Pero es en el círculo interno donde se encuentran las claves probables de su literatura, el núcleo de un universo propio y autorreferencial en el que se abordan los problemas de la representación, las asimetrías entre la realidad y los diferentes aparatos simbólicos que construimos para tratar de entenderla o reproducirla.

Crítica de la representación
Desde la publicación de Las máscaras de la nada (1990) y hasta la edición de su más reciente novela, el autor ha producido una narrativa orgánica cuya constante principal es la crítica de los lenguajes que creamos para significar el mundo, y que acaso revelan la propia fragilidad de lo representado.
Entre la serie de tópicos que demarca ese proyecto literario, encontramos la insistencia en la paradoja y a través de ella la progresiva invasión de lo normal por lo fantástico, con la sustitución de seres, lugares u objetos por su reproducción en medios disímiles, de tan dudosa certidumbre como mapas, crucigramas, postales o fotografías.
Tales las máquinas ficcionales de Paz Soldán, que invariablemente pueblan el círculo interno de sus narraciones. En el caso emblemático de Dochera, que le valiera el Premio Juan Rulfo de Cuento (1997), el protagonista construye una realidad paralela desde los crucigramas, que poco a poco modifica su cotidianeidad y la de los lectores de El Heraldo de Piedras Blancas:
“Utilizando como piedra angular la palabra Dochera, debía crear un mundo. (…) Era una labor infinita, y Laredo disfrutaba del desafío. La delicada pluma de un ave sostenía un universo”.
El procedimiento se repite en La ciudad de los mapas, donde las representaciones sobre el papel paulatinamente usurpan la urbe material; o en Las dos ciudades, cuando una réplica de Cochabamba en tamaño real, construida inicialmente como set de filmación, se convierte en la nueva morada de los habitantes de la Llajta. En otro de sus cuentos, Sucre se transforma en ciudad-poema por obra de sus propios pobladores:
“El 2 de julio, la ciudad era un graffiti inmenso, un poema hecho siguiendo la técnica del collage. (…) Los ciudadanos, caminando sobre el poema, se congratulaban por la labor cumplida”.

Probable trilogía
La manipulación de la representación se vuelve impostura mediática e histórica en Sueños Digitales, cuando Sebastián borra el pasado culpable de un dirigente político mediante los artificios de freehand y photoshop.
Esa novela marca una transición, de una narrativa donde la crítica de la representación tiene como escenario a la ciudad, a otra que interpela “al Estado paranoico, generador de ficciones”, como el mismo autor lo ha dicho.
Sueños Digitales, El delirio de Turing y Palacio Quemado conforman una probable trilogía, centrada en la deconstrucción del Estado como máquina ficcional, productora de discursos que usurpan el lugar de la realidad o que la modifican violentamente.
El manipulador de criptografías de El delirio de Turing cede paso en Palacio Quemado a Oscar, historiador y escritor-fantasma del presidente, de acuerdo a la tradición familiar, quien declara su “deseo de escribir la realidad para convertirla, generar la realidad a través de la escritura”.
Es sintomática la aparición en la novela -como un eco de las antiguas narraciones de Paz Soldán- de un juego réplica del Clue, donde el protagonista somete a golpes de dado la suerte de los habitantes del Palacio de Gobierno, desde Belzu y Melgarejo hasta Goni-Canedo, reescribiendo la historia remota o cercana.

Ninguna imagen es verdadera
Antonio Cornejo Polar dice que, en la narrativa de Edmundo Paz Soldán, “el imaginario es una sesgada hipérbole de la realidad cotidiana”. Sin embargo, en el inquietante cosmos erigido en torno a Río Fugitivo el imaginario es algo más que un simple instrumento alegórico, sino una demolición de las precarias certezas que habitamos.
Todo lo sólido se desvanece en el aire y únicamente nos queda una profesión de fe escéptica o iconoclasta que afirma, siguiendo a la cita de Santo Tomás de Aquino, que encabeza Sueños Digitales: “Ninguna imagen es verdadera.

*PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EL SUPLEMENTO LITERARIO BRÚJULA.